La nube y la gota

Isaac Jimenez
2 min readNov 26, 2023

--

Las gotas de lluvia arraigadas fuertemente a las nubes se desprenden y con mucho dolor, como si de alguna forma prefirieran quedarse ahí juntas, ahí todas en una misma piscina flotante evaporada.

Caen, al suelo sin sentir dolor. El dolor más profundo ya lo sintieron, ya se desarraigaron. Hay algunas gotas, que, para evitar ese malestar tan profundo, dicen a las demás que nunca fueron nubes, es más “que no existen las nubes” y que solo hay gotas. En realidad, hablan tan fuerte que no es para el resto de las gotas, sino que se dicen a sí mismas como si gritando callaran ese profundo dolor provocado por ya no estar en las nubes.

Esas mismas gotas creen que se mueven solas, que son solas y nada más. Que algún día volverán a estar tan alto como las nubes, pero al mismo tiempo ignoran con alaridos propios su condición de gotas. Entonces, se observan a si mismas como futuras gotas grandes, como esas que están allá por los cielos, pero esas que están por los cielos son nubes (conjunto de gotas que, al estar unidas, son más grandes que individualmente).

En cambio, hay otras gotas que entienden muy bien esto. Así que con el soplo fuerte de su hermano lejano viento caen todas en un charco. Así pues, se ponen ahí todas, muy juntitas, muy gotitas. Y cuando vuelve a salir el sol, suben todas juntas en forma de vapor y vuelven a ser grandes de nuevo, vuelven a ser nubes.

Ilustración: Nubes de verano, de Emil Nolde

--

--